ENGLISH La cuna de la Diablada se ubica en una alta meseta al oeste, cobijado entre tres de los departamentos de Bolivia, y Chile. Por extensión, es el tercer departamento más pequeño de Bolivia, y aparte de su vistoso folklore, debe su fama a su industria minera.
Menos ricas que sus pares del vecino Potosí, las minas de plata de esta región fueron también apreciadas por los españoles durante la Conquista. Fue el intrépido capitán extremeño Diego de Almagro, primer europeo en pasearse por esos lares, quien llegaría al país de los Urus en 1535, tomándose el tiempo de fundar Paria, donde ya se explotaban minas de plata desde la invasión Incaica. Este fue el primer pueblo español en Bolivia.
Unos cincuenta años después, en un lugar que los conquistadores ya conocían con el mote de la Mesa de Plata, el capitán Francisco de Medrano llegó al poblado de Uru Uru, a diez kilómetros de la actual capital, al que en 1585 renombró como San Miguel de Oruro, fiel al hábito de malpronunciar los nombres indígenas que arrastraban los europeos.
Culturas pre-coloniales de Oruro
¿Y quiénes eran los Urus? De este pueblo se asegura que son más antiguos incluso que los Tiwanacotas, remontándose su génesis a milenios antes de Cristo. Los restos arqueo-paleontológicos dan a especular que hacia 10.000 a.C. ya existían asentamientos humanos en la meseta altiplánica, que por entonces habría sido un conglomerado de islas e islotes rodeados de un mar interno de aguas minerales que cubría toda la llanura del Altiplano. La capital de la cultura Uru habría estado precisamente en la Paria a donde llegaron los españoles, la cual habría tenido una antigüedad mayor que la ciudad de Tiwanaku.
Poco, si es que algo, se sabe de este pueblo, el cual sobrevive en la actualidad con la denominación de Chipayas o Uru-Chipayas, habitantes de las zonas lacustres y salares de Oruro, donde construyen unas peculiares chozas cónicas de adobe y paja brava. La leyenda que cuentan acerca de sus orígenes es, como de costumbre, sobrenatural: hablan de dioses en forma de animales que les dieron principio, y los salvaron del ataque y la destrucción por parte de otros espíritus. Su mismo nombre tiene su leyenda: “Uru”, quiere decir “de donde nace la luz”, es decir, alude a su creencia de que provienen de la cúspide de una montaña, allí donde la luz toca la tierra. Obviando mitos, lo que se conoce es que eran hábiles ceramistas, lo que les dio prestigio mientras fueron colonizados por los quechuas, pues en aquellos tiempos ser un artesano de la arcilla era altamente valorado.
Con ellos convivían pequeñas comunidades, muy al norte, de etnias aymaras conocidas como Carangas, Quillacas y Soras. Luego, a principios del siglo XIV, llegaron los guerreros del emperador Pachacutec, y los de su hijo Túpac Yupanqui, quienes conquistaron y consolidaron el dominio Inca sobre el occidente boliviano a lo largo de varios años. Los Urus y las demás etnias fueron incorporados a su imperio, pasando a formar una “saya” (especie de cantón) del Collasuyo.
La Riqueza Minera de Oruro
Los españoles asentados en San Miguel de Oruro no tenían otra actividad que la minería. El poblado era muy pequeño, de apenas diez calles alrededor de una Plaza Mayor, de un kilometro de extensión en su parte urbana, ocupada totalmente por casas para ellos, mientras que la población indígena se asentaba en un rancherío en la periferia. Se consideraba un sitio de paso, de descanso para las caravanas de ida y regreso entre Potosí y Lima, o entre las distintas ciudades del altiplano. Aparte de eso, su otro atractivo era una feria anual bastante concurrida, y eso era todo.
Con el paso del tiempo, su producción de plata le diò mayor relevancia y prosperidad, aunque no atrajo tanta gente como para que se convirtiera en una metrópolis opulenta, como Potosí, o un centro cultural y educativo como Charcas; mientras que su agreste topografía tampoco le daba para convertirse en el granero de la Colonia, como los valles, sino que solo para su subsistencia. Así, pues, no pasó de ser un pueblo de mineros sin muchas luces hasta que un oidor de la Audiencia de Charcas, don Miguel de Castro y Padilla, le echó el ojo al poblado y decidió refundarlo. El 1 de noviembre de 1606, el oidor procedió a su fundación oficial, le diò el nombre de Real Villa de San Felipe de Austria, en honor al rey de España, Felipe III, de la casa de Austria (rama española de los Habsburgo).
Durante los siglos XVI y XVIII hasta la Revolución, Oruro fue con Potosí y el Perú la fuente de casi la totalidad del oro y la plata que, entre otras cosas, era empleada en financiar las inacabables contiendas de una España “dueña de medio mundo, y en guerra con la otra mitad”, en palabras del escritor Pérez-Reverte. Y es que la Madre Patria no se llevaba precisamente de maravillas con Inglaterra, Francia y los Países Bajos, y entre los cuatro extendían sus disputas hasta sus respectivas colonias. Oruro no sufrió directamente las consecuencias de ello, mas el sistema de gobierno, con su rigidez legislativa, su centralismo y la casi nula reinversión de los capitales en las colonias productoras provocó descontento a lo largo y ancho de la Audiencia de Charcas. En Oruro también existía disgusto entre españoles y mestizos, por lo que hubo un alzamiento previo a la Guerra de la Independencia.
La minería tuvo un fuerte impacto social y ambiental en esta zona. Al introducirse el trabajo forzado en los socavones (“mita”) para los indígenas, la mortalidad entre estos se elevó, por el agotamiento del trabajo, los malos tratos, las enfermedades pulmonares adquiridas en las minas húmedas y mal ventiladas, así como por las que se contagiaron de sus amos. A los nativos que no eran “mitayos” se les conocía como Yanaconas, se empleaban en el servicio doméstico, como peones en las pocas fincas existentes, y llameros (guías de mulas y llamas de carga).
La estructura social y las costumbres traídas del otro lado del mundo fueron pegando de a poco entre los nativos, que empezaron a utilizar el castellano como idioma, salpicado de expresiones en su lengua nativa, y a entremezclar la religión católica con sus propios ritos animistas, dando lugar a originales ritos que aun persisten. El mestizaje no era inusual, los frutos de la unión entre españoles y nativos estaban por debajo de la casta del padre peninsular y por encima del de la madre india, creando una nueva casta, la Mestiza.
Ecológicamente, la minería acabó con la flora nativa. Los bosques y demás vegetación maderable fueron talados durante siglos para emplear la madera en apuntalar las minas, en construcción y docenas de otros usos, de manera que apenas quedaba la vegetación de pampa: paja y arbustos secos.
La Independencia de Oruro
La rebelión contra España llegó a Oruro antes de empezar en Charcas, el 10 de febrero de 1781. Los republicanos estaban comandados por Sebastián Pagador, los hermanos Rodríguez y los Menacho, y fueron acallados con presteza. Ya empezada la Guerra de la Independencia en 1810, estuvieron liderados por Esteban Arze, quien llevó a los patriotas orureños a derrotar a los Realistas en la batalla de Aroma, en octubre de ese año, conservando su independencia hasta que, finalizada la guerra, se creara oficialmente la República de Bolívar en 1825.
El segundo presidente de la nueva nación, Antonio José de Sucre, le diò a Oruro el status de departamento el 5 de septiembre de 1826. Con su nueva posición, Oruro siguió siendo de los dos principales centros mineros durante toda la era republicana, con excelentes ingresos por el estaño y otros metales que la industrialización a escala mundial demandaba en grandes cantidades. Las minas estaban en manos de unos pocos potentados, como el famoso Simón I. Patiño, apodado el Barón del Estaño, y después en las de grandes transnacionales mineras. En épocas modernas, estas minas han sido estatizadas, privatizadas y vueltas a nacionalizar según de que lado soplaran los vientos de la política gubernamental. Con todo, Oruro todavía depende de la explotación de minerales para mover su economía, y posee varias minas muy antiguas, como la de Paria, fundiciones como la de Vinto, pueblos mineros como Huanuni, etc., que se pueden visitar con fines turísticos o académicos.
Origenes del Carnaval de Oruro Bolivia
Sin embargo, su fama se la debe por encima de todo a su Carnaval, un despliegue único de folklore que ha sido declarado Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad por la UNESCO en el 2001. Hay quienes aseguran que tiene dos mil años de existencia, empezando con los ritos del culto animista en las cimas de la serranía que rodea a Oruro.
Se sabe que los pueblos precolombinos eran afectos a construir altares de sacrificio en las alturas, como se pueden ver en los restos de piedras sacrificiales, utensilios litúrgicos y a veces hasta momias, en cuevas o al descampado. En cambio, la religión de los Urus giraba en torno a dos festividades agrícolas anuales, llamadas “anatas”, una de siembra y otra de cosecha, en las que se invocaba a los dioses de los elementos que garantizan una buena producción: el sol y el agua. En las fiestas eran comunes los juegos de destreza como cazar ciervos andinos, domesticar llamas bravas y hacer libaciones al dios de la lluvia, a Tiu, el espíritu de los cerros, y a Supay, el demonio custodio de las riquezas de las montañas. Los quechuas que los dominaron, incapaces de extirpar estas costumbres, las permitieron de mala gana, con tal de que se incluyera a su dios del sol, Inti, y a la diosa madre, Pachamama.
Con la llegada del catolicismo importado por los conquistadores, los aborígenes no renunciaron del todo a sus creencias, simplemente les dieron un barniz de cristianismo para contentar al dios de sus nuevos señores. De esta manera se introdujo el culto a la Virgen María acoyuntado con rituales descaradamente paganos que la Iglesia Católica no veía con buenos ojos, pero toleraba resignada, para convertir a los nativos.
De esta manera, en 1789 se concibió la idea de atraer a los tercos indígenas al cristianismo, mediante la ingeniosa treta de hacer que una imagen de María aparecida, quien sabe cómo, en un socavón del cerro Pie de Gallo fuera considerada milagrosa, prueba de que la Madre de Dios exigía una iglesia dedicada a su devoción. Religiosos como pocos, los mineros siguieron la recomendación y pronto la pintura mural de la Virgen de la Candelaria, que ellos llamaban la Mamita del Socavón, era venerada en una fiesta de tres días en las fechas que correspondían a la “anata” del mes de la lluvia, en febrero.
El primer día lo llamaron Sábado de Peregrinación, el segundo Domingo de Carnaval, y el tercero Lunes del Diablo. En los tres días se debía bailar con disfraces de “supay”, o diablo de la mina, un espíritu de carácter volátil que está a cargo de las vetas de metal, a quien se supone hay que pedir permiso y aprobación para sacar oro y plata, so pena de que no suelte ni una pepa si no se lo hace esto. De esta manera se introdujo al Carnaval de Oruro la archifamosa Diablada, la danza emblema de Bolivia.
El origen del baile de los Diablos también se lo disputa Potosí, donde aseguran que su cuna es Aullagas, una población minera fundada por españoles en 1538, cuyas minas tienen la peculiaridad de que a su entrada cuelgan caretas de diablo. Esa y otras pistas largas de enumerar serian, según los que apoyan esta tesis, prueba de autoría de la Danza de los Diablos, que no seria tal sin su característica mascara monstruosa como parte del disfraz. Otros postulantes, con menos convicción, son Chile, que asegura que la danza es aymara y por tanto tendría derecho a presentarla como propia por razón de la población aymara que tuvo al extremo norte de su territorio, y Perú, que propone como cuna a la ciudad de Puno.
En cualquier caso, volviendo a la historia del Carnaval de Oruro, la primera vez que se bailó la Diablada con la vestimenta que la hace singular fue durante el carnaval de 1904, con la Diablada de los Matarifes. En un museo orureño se puede ver aun un ejemplar del disfraz utilizado, compuesta de una calza blanca, túnica del mismo color, una malla de brillos con faldón tableado, botas de minero , capa roja y la mascara del “supay”. El actual diseño es más elaborado, con mayor peso, más brillos, una mascara tipo yelmo, que cubre toda la cabeza y el cuello, mucho mas grande que la original, que era tipo antifaz o careta. Otra añadidura es que ahora también bailan las mujeres, quienes son llamadas “china supay” (diablesas). Complementan las cuadrillas de diablos danzantes otros bailarines disfrazados de animales simbólicos de la mitología Uru, como el oso y el cóndor, todos ellos bailando a saltos rítmicos bajo los silbatos de un bailarín líder, vestido como el Arcángel Miguel.
No todas las danzas de la entrada del Carnaval son orureñas; por ejemplo, la Suri Sicuri es paceña, los Tobas del Chaco, y los Caporales yungueños. No se presentan porque sean originarias de Oruro, sino porque al ser su Carnaval un patrimonio y conocido a nivel internacional, sirve de vitrina para desplegar toda la riqueza folclórica del país entero, venga del altiplano, del valle o del llano. Gracias a esto, Oruro se ha ganado merecidamente el titulo de Capital Folclórica de Bolivia.
Corresponsal: Alura Gonzales