English Siempre intento buscar lo positivo en todo. Literalmente. Con excepción de lugares donde las temperaturas son de 50 bajo cero, o el nocivo olor que se dispersa por un avión cuando alguien se pinta las uñas en pleno vuelo, me ajusto fácilmente a casi cualquier situación. El haber vivido en varios países en vías de desarollo te ayuda a ser una persona más positiva. Siempre existe la probabilidad de que otros lo estén pasando peor que uno.
Cuando alguien me pregunta porqué elijo vivir en Bolivia, realmente no me cuesta darles 101 razones para amar este país. Pero eso no significa que no sea necesario contemplar lo negativo. Algunos temas merecen ser seriamente analizados antes de tomar la decisión de vivir en Bolivia. Esto incluiría temas políticos, la economía, niveles de pobreza, el narcotráfico, tasas de crimen, los derechos humanos, y el amor que tienen los bolivianos por sus alarmas vehiculares.
Ahí está. Lo dije! La total desconsideración que se tiene aquí con el uso de las alarmas vehiculares está a punto de convencerme que es hora de buscar nuevos horizontes. Por razones que solamente se pueden entender luego de haber vivido aquí durante un buen tiempo, pareciera que las alarmas vehiculares sirven como algún tipo de evidencia o algo así, del estátus social del propietario del vehículo. Supuestamente, mientras más alto sea el volumen de la alarma y más veces suene, mas alto es el estátus social de su propietario.
Porque, de hecho, si tienes una alarma vehicular, y dicha alarma hace imposible que las personas puedan disfrutar de sus cafecitos en la Monseñor, y si causa que sea imposible que tus vecinos puedan hacer dormir a sus niños, y si suena más fuerte que las demás alarmas de los demás vehículos que también están sonando simultáneamente, entonces habrás cumplido tu misión: miles de personas en un radio de 14 cuadras se habrán percatado de que eres dueño y amo de un vehículo. Y no cualquier vehículo, o no! Un vehiculo
con alarma!
El problema es tan serio, que estoy
a punto de empezar a buscar "casas en alquiler cerca de monasterios en Tibet" en Google.
Les ofrezco como ejemplo lo que está sucediendo en este momento. Son las 3:00 de la madrugada y desde hace varias horas (sí, horas) la alarma de un vehículo ha estado sonando, bocinando y vociferando sin cesar en la esquina de mi casa.
Llegué a tal punto de desesperación, que, debido a la hora y al no tener con quien más quejarme, entré a Facebook para desahogarme en el ciberespacio. En mi perfíl escribí
POR FAVOR puede alguien darle un tortazo a ese vehículo cuyo alarma ha estado sonando sin parar hace más de 3 horasssssssss!!!!!!!!!!. Sorpresivamente, desde otra zona de la ciudad recibí casi de inmediato una respuesta de mi amigo Jacobo quien ofreció venir a volarlo con explosivos.
Verán, es que Jacobo me entiende. Hace tan solo dos semanas se mudó a Bolivia. En su desayuno de bienvenida en un reconocido café de la Monseñor, nuestra conversación fue interrumpida no una, no dos, sino cinco veces por... ya lo adivinaron ... el chillido de alarmas vehiculares. Que buena primera impresión se llevó de esta ciudad.
A pocos minutos me escribió mi primo Mike, quien en una vida anterior, fue infante de la marina. Desde donde ahora reside, a una distancia de más de 14.000 kilómetros respondió: "Actualmente," dijo él, "soy una criatura de paz, pero de ser necesario puedo des-jubilarme" a lo que le respondí que estoy a punto de arrancarme todo el cabello, a lo que me respondió él que me vería super fea calva y que le sería posible llegar dentro de 24 horas. Y es que Mike también me entiende. Hace unos años residió en La Paz.
Mientras tanto, Roland, desde otro lado del planeta, me apoyó virtualmente con oraciones a todos los dioses y altos poderes para que silencien esa ofensiva alarma roba-sueños, provocadora de calvicie.
Que buenos amigos tengo. Su compasión, sentido de humor, y voluntad de detonar vehículos para salvarme, me hicieron reir a carcajadas y entender las cosas desde otra perspectiva.
Por tanto, señores, he decidido quedarme un tiempo más en Bolivia, a pesar de sus engreídos y desconsiderados propietarios de alarmas vehiculares.
Verán, es que los bolivianos tienen dos filosofías que me gustan: "no hay mal que por bien no venga" y "no hay mal que dure cien años".