Leyendas Bolivianas: El Diablo del Corregidor
by Anónimo
(Potosí, Bolivia)
Endiablada es la tradición que voy a contar, pero ella es la purísima verdad, y el que la ponga en duda puede consultar las crónicas de Potosí, y acaso de no dar crédito ni a las crónicas, puede preguntar a los vecinos de Paucarcollo, y sin duda del testimonio de estos apele a la palabra de los habitantes de ese lugar a principios de 1600 que a fe han de tener la memoria fresca.
Y basta de introducción y adelante con los faroles.
Cerca de Potosí existe un pueblo llamado Paucarcollo, célebre por haber sido gobernado durante siete años por su majestad cornuda en persona, allá en los primeros tiempos de la Conquista.
Pues, señor, un día de esos, se presentó en el mencionado pueblo un caballero de capa colorada, a tomar posesión del corregimiento, con despacho en forma del mismo Virrey de Lima; visto lo cual se le entregó el mando sobre la marcha.
Nadie sabía quien era ni por donde había venido, aun él protestaba ser de raza española y se daba ese tono y ese aire de importancia que se dan, cuando les sopla el viento de la fortuna los que nada valen y de ella tienen conciencia.
Poco tiempo tardó para que los vecinos empezaran a sospechar que su nuevo corregidor era el mismo Diablo; y sus sospechas crecieron cuando observaron que la daba de beato, aunque sin querer nunca penetraba en la iglesia; pues no oía misa ni en los días de fiesta; aunque el mismo se colocaba en la puerta del templo los domingos y apuntaba en un libro, (rojo que había de ser puesto que era del diablo) a todos los vecinos que iban a la misa, a los que después les hacía aplicar cincuenta azotes en la plaza pública, por esta falta y para corregir la indevoción con él decía:
"Él, entre tanto", dice Flavio, "se paseaba a largos pasos por la plaza frente a la parroquia, mirando al soslayo a la puerta, envuelto en los anchos pliegues de su capa colorada”.
Fiscalizaba hasta la vida privada de todas las personas y era tan excesivamente severo con los pobres indios, que ya los tenía desesperados. Jamas aflojaba la capa roja y bajo de ella un gran sable, que es el arma favorita de los diablos. Visitaba a todos los del lugar menos al cura, pretextando que no era de sus mismas opiniones en política.
Muchas veces se había pensado en hacer una revolución para derrocar a tan odioso corregidor, pero apenas un individuo pensaba en esto cuando ya estaba preso; así es que el corregidor infundió tal miedo en el lugar que ya todos se conformaron a soportar tan endemoniada tiranía.
En tal estado se hallaban los infelices habitantes de Paucarcollo, cuando un día, y como caído del cielo, llegó un santo misionero, al que con la mayor reserva del mundo, algunos vecinos honrados vecinos manifestaron sus sospechas respecto del maldito Corregidor.
“Hijos míos", les dijo el religioso: "puede ser que efectivamente vuestro corregidor actual sea el mismo demonio en figura humana y que Dios haya permitido que él os gobierne, a él entrenados por vuestras culpas. Lo mejor es hacer penitencia para que Dios se digne libraros de él, y gracias a que estamos bajo el gobierno del Rey nuestro señor, que bajo el régimen monárquico, el diablo puede aspirar a ser Corregidor cuando más; pero yo os profetizo que día vendrá que en estos países de América desconozcan la autoridad paternal de los reyes de España y reclamen la república... Entonces, hijos míos, el rabudo no se contentará con un humilde corregimiento y aspirará a puestos mejores en las repúblicas de esta América Española”.
Al día siguiente de esta conversación, el misionero, que no sabía que pensar acerca de este misterioso corregidor y de las mil diabluras que a él le habían contado los vecinos más respetables del pueblo, resolvió encaminarse a visitarle y observarle atentamente.
Encontró al señor corregidor que era de elevada estatura y de larga barba, paseándose en su salón, siempre envuelto en su capa roja. Se sentó junto a él, después de saludarse ambos muy cortésmente, y como le sintiera cierto olor a azufre, de golpe le leyó un exorcismo cuando él menos lo pensaba.
Hubo un trueno terrible, una llamarada de fuego salió de la tierra y el corregidor, convertido en lo que realmente era, se hundió en ella.
Todavía se ve la piedra partida por donde, juran todos los habitantes de Paucarcollo, que el diablo se volvió a los infiernos después de haber estado allí siete años de corregidor.
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